La conversación
(Una costumbre en vías de extinción)
Ya no hablamos tanto como antes, es cierto. Al menos con la misma voluntad y con la misma coherencia de antes ( para no decir con la misma sabiduría). Somos la suma de monólogos, cada uno hace el suyo e intenta imponerlo sin escuchar al otro. Así andamos como hablando solos entre las calles de una jungla que crece en el corazón de la ciudad.
La conversación es un arte: el de saber hablar y escuchar desde la sensibilidad y desde el conocimiento. El de saber intercambiar lo que sabemos, lo que vemos, lo que nos pasa. La conversación es una manera de sentirnos menos solos, el camino exacto de compartir.
El hallazgo quizás radica en conversar con alguien (al que quizás veamos todos los días) como si fuese la primera vez, de una manera inédita y sorprendiéndonos.
Es saber decir y saber escuchar, y no sólo oír como quien escucha un ruido lejano, una campana que suena por allá. Entender plenamente lo que alguien verdaderamente nos está diciendo, y acompañarlo también con nuestras palabras, conteniéndolo, arrullándolo.
Para que un día, una mañana, cuando lleguemos a nuestras obligaciones conversemos de lo que queremos conversar y no enfrascarnos en los mismos monólogos de siempre, los monólogos que nos desmerecen, hablar de la situación del país, del clima, la corrupción y el terrorismo, de las tragedias del mundo ocasionales y quejarnos de que antes no era así, y que ya la vida se ha tornado imposible y riesgosa. Que tal, si esa misma mañana, no intentamos comenzar conversando del mundo que deseamos vivir? Comenzar la construcción de ese mundo a partir de nuestros discurso cotidiano.
Hacer que nuestras conversaciones nos alimenten, nos transformen, nos permitan soñar e imaginar. Sabiendo al fin y al cabo de qué hablar con quién deseemos hablar, no por hablar o por obligación, sino buscando conversar en medio de este mundo sordo, antes de se quede también, definitivamente mudo.